LA REINA MARÍA ANTONIETA
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La reina María Antonieta, esposa Luis XVI de Francia (1774-1792) |
Como
dato curioso, que confirma más el carácter de María Antonieta, hay que resaltar
el alto puesto y la influencia que llega a tener en la corte la modista, la
incomparable madame Bertin, que salta sobre lo que ningún protocolo concede:
que una vulgar burguesa logre ver a solas a la reina. Dos veces por semana,
aparece con sus nuevas creaciones y se encierra con la reina en sus
habitaciones privadas, en absoluto secreto; nadie puede saber lo que llevará la
reina, es un secreto de Estado. Cuando se reúnen es para discutir lo que a la
mañana siguiente será moda en Francia, lo más exagerado, lo más disparatado, nada
detiene ya la imaginación de la reina que se obliga a ir cada día diferente, a
que ninguna de sus cortesanas la sobrepase con ningún vestido, ningún peinado,
y, mucho menos, con las joyas.
Madame Bertin, que además de artista es una
inmejorable mujer de negocios, abre en París una tienda con un gran rótulo,
anunciando su título de proveedora de la reina, y pronto toda la corte es
cliente suya […].
Una
vez elegido el vestido, lo más importante es el peinado. Otro rey en su género
del rococó es quien tiene el complicado trabajo de crear sobre la cabeza real
los más complicados peinados y toilettes.
Cada mañana se traslada a Versalles en una carroza de seis caballos, para
mostrar a la reina los más extraños aditamentos del cuero cabelludo. Armado de
peines, lociones y cremas especiales, cada mañana monsieur Leonard edifica
sobre la frente de la reina, y de toda dama que se precie, las más aparatosas
torres de cabellos, para decorarlas después con simbólicos ornamentos.
Esta
técnica requiere en primer lugar, elevar los cabellos con gigantescas agujas y
a base de pomadas sobre la frente, como si se tratara de cirios, a medio metro
sobre las cejas. Una vez puestos los
pelos de punta, empieza la verdadera labor de artista de monsieur Leonard. En esta materia podemos
asegurar que el arte rococó se lleva la palma. Sobre las grandes torres de pelo
se elevan verdaderos paisajes completos: campestres, marinos, bucólicos. Nada
detiene la fértil imaginación del peluquero. Y para que los diplomáticos no la
molesten por su desinterés por la política o los acontecimientos europeos,
María Antonieta lanza la moda de que cada día el peinado simboliza un
acontecimiento. Estrena Gluck la ópera Ifigenia
y a la mañana siguiente los peinados están a la par de este acontecimiento.
Todo pasa a las vacías cabezas de la corte, desde la viruela del rey, la
insurrección americana y, lo que es peor, sucesos como los asaltos a las
panaderías de París durante la crisis del hambre. Nada despierta a esta frívola
e inconsciente sociedad, nada la conmueve si no son sus juegos y sus intrigas […].
Constantemente
llegan a María Teresa (madre de María Antonieta), en Viena, las quejas de los
embajadores y de los países europeos que ven con gran escándalo las
excentricidades de la corte francesa. La emperatriz austríaca escribe carta
tras carta a su alocada hija, que no le hace ya el más mínimo caso: Querida hija, no puedo de dejar de tocar un
punto, que con mucha frecuencia encuentro repetido en las gacetas: me refiero a tus peinados. Se dice que desde
la raíz del pelo tienen treinta y seis pulgadas y que encima aún hay plumas y
lazadas. […]
Y
no es sólo el vestir y los peluqueros lo que desfonda rápidamente las arcas
reales, son también las joyas […]. Ya no le bastan a la inquieta joven la dote
de diamantes que Viena le ha dado ni la arquilla de Luis XV con las joyas de la
familia. Una reina, piensa María Antonieta, no debe usar jamás las mismas
joyas, como tampoco usa los mismos vestidos en dos ocasiones […].
Pronto
María Antonieta contrae deudas por todas partes y llega incluso a vender sus
antiguos diamantes por nuevos diseños.
Vuelven
las advertencias de Viena, cada vez más duras.
María
Teresa, de nuevo, incansable escribe: Todas
las noticias de París coinciden en que de nuevo has comprado brazaletes por un
valor de doscientas cincuenta mil libras, con lo cual has llevado al desorden
tus ingresos y contraído deudas, y hasta se dice que para contribuir al pago,
has vendido por un precio ínfimo tus diamantes. […]
Llena
de deudas y rodeada de acreedores, María Antonieta crea un nuevo
entretenimiento, pero esta vez con la intención de poder pagar todo lo que debe
[…].
Las
estancias privadas de la reina en Versalles se convierten en verdaderos garitos
de juego. Esta vez no es necesario tener un título para llegar a sus estancias,
sino que entra todo aquel que puede acreditar que posee sumas de dinero para
jugar.
Nada
detiene a esta troupe de cortesanos,
ni siquiera una orden del rey, prohibiendo, bajo pena de multa, todo juego de
azar. La policía no puede entrar en las estancias reales y ni siquiera el mismo
rey se da cuenta de nada, ya que los sirvientes vigilan su llegada y, avisan a
la reina, quien, en un momento, hace desaparecer todos los rastros de los
juegos prohibidos.
Luis
XVI sigue ignorante a todas las distracciones de su esposa […].
María
Antonieta, absorbida por esta nueva pasión, pasa día tras día jugando hasta
altas horas de la noche; incluso la víspera de Todos los Santos la llega a
pasar jugando hasta el amanecer, y esta vez, hasta su propia corte se
escandaliza.
Y
de nuevo escribe María Teresa, que recoge todos los rumores y todos los libelos
que salen hablando mal de su hija. La advierte, la avisa, la amenaza... pero
todo ello no logra perturbar la alegría de la reina.
María
Antonieta resume su vida y la de sus cortesanos en una frase al embajador de
Viena en París: Tengo miedo de aburrirme».
MASSOT,
N., María Antonieta, Edit. Brugera,
Barcelona, 1975, pp. 79-90.
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