Historia de Colindres

Max Linder, estrella del cine mudo, llega a Madrid (1912)

lunes, 3 de noviembre de 2014

VÍDEO DEL KÁISER GUILLERMO II DE ALEMANIA (principios s. XX))







Deutschland_1.Weltkrieg: Kaiser Wilhelm II.berichtet von sich.."Blankovollmacht" s.Vid.Österreich

HISTORIA DE COLINDRES


^ Tarjeta de Colindres a principios del siglo XX 

Alameda del Ayuntamiento de Colindres, a principios del s. XX

Alameda del Ayuntamiento de Colindres, a principios del s. XX


    Colindres: casa de Gregorio Somarriba, en la alameda de San Ginés (década de 
    1940). Fachada principal (arriba), parte lateral y trasera con la galería (abajo). 
    Al fondo, se aprecia la torrecilla de Villa Luz. 

    La tercera fotografía corresponde a la actual plaza de San Ginés (2018): los dos

    edificios del fondo se emplazan en lugar de la facha principal de la antigua casa 
    de Somarriba.



        Colindres; actual plaza de San Ginés (2018). Los dos edificios del fondo 
        se emplazan en el lugar de la facha principal de la antigua casa de Somarriba, 
        convertida en cuartel de gudaris durante el verano de 1937.


GUERRA CIVIL EN COLINDRES: EL CUARTEL DEL EJÉRCITO VASCO EN LA PLAZA DE SAN GINÉS

Durante la Guerra Civil, en el verano de 1937, la casa de Gregorio Somarriba Sainz-Trápaga, sita en la alameda de San Ginés (inmueble que años después ocupó el establecimiento de Bedia), fue elegida por las autoridades para que sirviera de cuartel a uno de los batallones vascos (los gudaris del PNV), que habían tenido que retirarse de Vizcaya tras la ocupación de este territorio por los ejércitos de Franco. La familia dispuso de unas pocas horas para desalojar el edificio.
Fueron varios los batallones dependientes del Gobierno de Euzkadi que se establecieron en toda la zona: Laredo, Colindres, Santoña, etc. 
           Una de las cuestiones que más llamó la atención entre la población local fue la práctica de la religión entre aquellos militares, pues desde que se inició la contienda, en la zona republicana se había puesto en marcha una implacable persecución contra el clero, siendo clausuradas las iglesias, la mayor parte de las cuales fueron saqueadas y/o incendiadas. En este sentido, el País Vasco resultó una excepción dentro de la República, gracias a la ideología conservadora y católica del PNV, que, no obstante, decidió aliarse con el gobierno izquierdista de Madrid para poder conseguir la autonomía y, a través de ella, quizás la independencia. De esta manera, en Colindres se daba la paradoja de que, mientras el párroco, don Patricio, se encontraba escondido y la iglesia de San Juan había recibido la inoportuna «visita» de los milicianos, diariamente, en la propiedad del Sr. Somarriba, un capellán castrense celebraba piadosamente misa de campaña.
A finales de agosto, el improvisado cuartel fue abandonado de forma precipitada por los militares, para cruzar el vecino puente de Treto-Colindres y dirigirse a Santoña, lugar en el que culminó la rendición pactada entre el Gobierno vasco y los italianos, el conocido como Pacto de Santoña (24-VIII-1937). En su huida, los gudaris dejaron la mayor parte de su bagaje (armas, víveres, máquinas de escribir, etc.) en el edificio. La noticia de lo abandonado por el ejército de Euzkadi en casa de Somarriba corrió en seguida por todo el barrio, provocando el saqueo de la vivienda. 
      Cuando, poco después, entraron las fuerzas nacionales en Colindres, Gregorio Somarriba acudió a las nuevas autoridades para frenar aquel expolio, que, pese a todo, continuaba. Se trataba de atajar cuanto antes aquella situación que podía acabar en tragedia, pues, se temía que, entre lo dejado por los nacionalistas, pudieran encontrarse artefactos explosivos. Se acordó, entonces, montar una guardia de italianos. Sin embargo, la solución no dio resultado, ya que aquellos soldados terminaron por hacer amistad con las gentes del vecindario, especialmente con el personal femenino. Por ello, continuó el pillaje hasta el total agotamiento de las existencias, causándose, además, numerosos daños entre bienes de la familia.

Artículo redactado por el autor del blog, a partir del testimonio aportado en su día por algunos miembros de las familias Somarriba Bahón y Bahón Salcines.

Santander, agosto del 2018.



PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN COLINDRES DURANTE LA GUERRA CIVIL: 1936-1937

        "La iglesia fue cerrada al culto por mandato del Frente Popular a mediados de agosto, y destinada más tarde a cuartel.
        Fueron destruidos un armonium, cinco retablos, nueve imágenes, otros tantos Cálices, tres campanas, quedando la iglesia notablemente mutilada. Muchas de las imágenes fueron tiroteadas antes de destruirlas.
        La persecución personal se cebó bastante en gentes de derechas, que fueron a parar en gran número a la cárcel; mas sólo se asesinó a un joven de Acción Católica, sin que se sepan detalles de su muerte.
        El ecónomo [el cura, don Patricio] hubo de vivir escondido", 

Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Santander, suplemento al n.º 4, año LXVI, abril, Santander, 1940, pp. 94, 95.
















ORÍGENES HISPANOS DE LA ACTUAL CALIFORNIA




1. Ocupación de California por los españoles. La colonización y primeros pasos de la evangelización.
2. Las misiones.
3. Relación de los misioneros con los indígenas.
4. El final de las misiones y destino de los indígenas.


Cuando hoy día oímos hablar de California enseguida nos vienen a la mente imágenes de rascacielos, playas con surfistas o actores de Hollywood. Sin embargo, los orígenes de esta tierra, mundialmente conocida, nada tienen que ver con el inglés ni con el «brillo» de las estrellas de cine. Aunque sorprenda, todo comenzó con un puñado de hispanos católicos que, en la segunda mitad del siglo XVIII, ocuparon aquel territorio, fundando sus principales ciudades y dando nombre a sus ríos, montes y costas. Fue la labor emprendida por los súbditos del rey de España la que sentó las bases de la California que conocemos.


1. Ocupación de California por los españoles. La colonización y primeros pasos de la evangelización.

En la segunda mitad del siglo XVIII, la Corona española se planteó, como uno de sus objetivos en los dominios americanos, la ocupación y colonización de la Alta California o Nueva California, territorio situado al noroeste del entonces virreinato de Nueva España, y que se corresponde, en líneas generales, con el actual estado norteamericano de California. La principal razón política que originó este propósito colonizador fue el temor a que otra potencia europea, principalmente Rusia, se estableciera en la zona.   

Para iniciar la ocupación de la Alta California partió una doble expedición, a la vez terrestre y marítima, al mando de Gaspar de Portolá, en 1769. El punto de partida fue la península de la Baja California, hoy día parte de la República de México, donde los jesuitas habían consolidado una serie de misiones desde finales del siglo XVII. Cuando los jesuitas fueron expulsados de España y sus posesiones de ultramar, en 1767, los citados establecimientos misionales se encomendaron a los frailes franciscanos, los cuales, poco después, recibieron el encargo de participar en la expedición de Portolá y evangelizar a los indígenas de las nuevas tierras.

La dirección de la labor misionera comenzada en la Alta California, en 1769, correspondió a fray Junípero Serra, franciscano español, nacido en Mallorca. Serra, doctor en Teología, había llegado a la América española en 1749. Tras su desembarco en Veracruz, un hecho marcó el resto de su vida en el Nuevo Continente, al rechazar el transporte puesto a su disposición y decidir la marcha andando hasta la ciudad de México. Por el camino sufrió una picadura en una pierna, que se complicó, provocándole graves secuelas de por vida. Hasta su muerte, la labor de aquel fraile iba a desplegarse a través de cientos de kilómetros a pie, en los que aquella pierna herida habría de proporcionarle punzantes dolores, que, no obstante, sin duda, él supo ofrecer a Dios por la más querida de sus empresas, la conversión de los indios.

Los indígenas de la Alta California se encontraban divididos en diferentes pueblos y tribus, hablando distintas lenguas. Al contrario que los aztecas, no habían desarrollado una civilización, constituyendo sociedades muy primitivas. En las instrucciones mandadas por las autoridades coloniales españolas a los jefes de la expedición en el momento de partir, se hizo hincapié en la necesidad de tratar correctamente a los nativos, respetando a sus mujeres, y se recordó que, solamente en un hipotético caso de resistencia, se acudiera como último recurso a las armas [1]. Casi ocho años después, completada la ocupación, el virrey Bucareli insistía al nuevo gobernador de California sobre las mismas ideas: «La amabilidad, amor y generosidad que se les demuestre constituyen los únicos medios […]para ganárselos» [2].

La empresa colonizadora y evangelizadora de España en la Alta California comenzó en el verano de 1769, con la llegada al área de la actual ciudad de San Diego de la expedición de Portolá. Con dos días de retrasó, a causa de serios problemas con su pierna, se les sumó fray Junípero Serra, quien fundaba, el 16 de julio de aquel año, la primera de las misiones franciscanas en el actual estado norteamericano de California, la misión de San Diego de Alcalá. El siguiente objetivo fue la bahía de Monterrey, reconocida por el navegante español Sebastián Vizcaíno en 1602. El 3 de junio de 1770, Gaspar de Portolá tomaba posesión del puerto de Monterrey en nombre del rey Carlos III. El mismo día, Serra fundaba la misión de San Carlos Borromeo, trasladada, poco después, al cercano valle del río Carmelo, para mantener las suficientes distancias entre los militares y la labor de los frailes con los indios. San Carlos se convirtió en el centro principal desde el que el padre Serra dirigió hasta su muerte las misiones californianas.

El proceso de hispanización y cristianización que estaba comenzando, se apoyó en tres tipos de asentamientos: las misiones, destinadas a los indígenas, las poblaciones de colonos hispanos y los presidios. Estos últimos eran fortificaciones dentro de cuyos muros se organizaba una comunidad, a la vez de militares y civiles, con sus respectivas familias, y todos los servicios necesarios: viviendas, iglesia, talleres, almacenes, etc. Se llegaron a crear cuatro presidios: San Diego, Sta. Bárbara, Monterrey ‒convertido en capital de la California española‒ y San Francisco. Todos ellos se encontraban próximos a una misión, con la que, en tres de los casos, se compartía el nombre.

En 1773 ya había cinco misiones, asistidas por diecinueve franciscanos y con casi quinientos indios bautizados [3]. Ese año fray Junípero tuvo que trasladarse a México para entrevistarse con el virrey Bucareli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del rey en California. Serra consiguió en la capital de Nueva España algo muy importante para la labor de los frailes: que el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados perteneciera exclusivamente a los misioneros.

La tarea evangelizadora sufrió una dura prueba cuando, en 1775, un grupo de indios armados destruyó la misión de San Diego, asesinando ‒al parecer con gran crueldad‒ al padre Luis Jaime. Al enterarse fray Junípero de la tragedia enseguida supo ver el lado más sobrenatural, destacando los frutos espirituales que iban a cosecharse a causa de aquel martirio: «Gracias a Dios ya se regó [con sangre] aquella tierra; ahora sí se conseguirá la reducción de los dieguinos» [4].

Entre 1775 y 1776 se sentaron las bases del dominio español en la bahía de San Francisco. El principal protagonista fue el teniente coronel Juan de Anza, de ascendencia vasca, hombre nacido y curtido como militar en la difícil frontera india, en lo que hoy es el norte de México (Sonora) y una parte de EE.UU. (Arizona). Anza partió de Tubac, cerca de Tucson, en Arizona, al frente de una expedición colonizadora compuesta por doscientas cuarenta personas, entre civiles y soldados, además de mil cabezas de ganado. Atravesaron el río Colorado y el desierto llegando a San Gabriel, y desde allí por el norte se dirigieron hasta Monterrey. Anza escogió veinte hombres con los que se trasladó a la bahía de San Francisco, explorando su entorno y escogiendo el emplazamiento para los futuros asentamientos, en particular el del presidio y el de la misión de San Francisco. Con la información proporcionada por Anza, el teniente Moraga condujo a los colonos desde Monterrey a la gran bahía. En el extremo norte de la península donde en nuestros días se alza la ciudad de San Francisco, Moraga construyó un presidio (septiembre de 1776), justo a los pies del actual puente del Golden Gate. Cerca de la fortificación, en el centro de la citada península, se fundaba la misión de San Francisco de Asís, conocida como misión de Dolores, por situarse en las proximidades del arroyo de este nombre. En 1793 se concluyó el templo definitivo de la misión. Esta sencilla iglesia, hoy emplazada en el corazón de la gran urbe, constituye el edificio en pie más antiguo de San Francisco, habiendo sobrevivido a todos los terremotos e incendios que se han sucedido desde hace más de dos siglos, incluido el gran seísmo de 1906. A partir de 1835, entre el presidio y la misión, en una ensenada arenosa, fue creciendo un asentamiento llamado Yerba Buena. Estos tres núcleos ‒presidio, misión y poblado‒ son pues el origen de la ciudad de San Francisco, que se constituirá oficialmente en 1847. Al año siguiente del establecimiento del presidio y de la misión de Dolores, se fundaban, en el sur de la bahía, la misión de Sta. Clara y la población de San José (1777).

Por otro lado, la mayor metrópoli de California, Los Ángeles, nacía como una población de colonos, el 4 de septiembre de 1781, a unos quince kilómetros de la misión de San Gabriel.

Misión de San Francisco de Asís (1776), conocida como
misión de Dolores. La actual iglesia, que data de 1791-
1793, se encuentra en pleno centro de la ciudad de San
Francisco.


2. Las misiones.

Fiel a su lema, «Siempre adelante nunca retroceder», fray Junípero dirigió la fundación de nueve misiones, entre 1769 y 1782: San Diego, San Carlos, San Antonio, San Gabriel, San Luis Obispo, San Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Sta. Clara y San Buenaventura. Los indios terminaron por percibir el amor que les tenía el padre Serra, a quien llamaban cariñosamente el Viejo, pues llegó a California con cincuenta y seis años. Cuando el Bendito Padre, como también se le conoció, murió en la misión de San Carlos, el 28 de agosto de 1784, seiscientos indios cristianos acudieron a su funeral. Teniéndole por santo, fueron muchos los que se llevaron trozos de su hábito [5]. Fue beatificado por Juan Pablo II (1988) y canonizado por el Papa Francisco (2015). Su tarea quedó también reconocida por los EE.UU., y hoy una estatua de este santo mallorquín se alza en el Capitolio de Washington.

Tras la muerte de Serra se fundaron doce misiones más, hasta un total de veintiuna. La última fue la de San Francisco Solano (1823), creada poco después de la independencia de México. El Camino Real, paralelo a la costa, unía las misiones, separadas entre sí por unos cuarenta y ocho kilómetros, aproximadamente, distancia estimada para una jornada a caballo.

Las misiones seguían por lo general un esquema similar. El núcleo central estaba formado por una iglesia, a la que se adhería una edificación con claustro. Además del templo, destacaban otras dependencias: las celdas de los frailes, las habitaciones para las muchachas solteras, la cocina, la despensa, los almacenes, los talleres, los establos, las cabañas de los indios, el barracón para la pareja de soldados y el cementerio.

Las formas arquitectónicas que se emplearon fueron sencillas. Todos los establecimientos misionales de California tienen el mismo aire hispano, aunque si analizamos podemos apreciar diferencias estilísticas que van desde el clasicismo y el barroco al neoclasicismo. La arquitectura de las misiones, con sus muros encalados y tejas rojas, ha influido en el estilo de muchas de las actuales construcciones californianas.

Se procuraba que cada misión fuera económicamente autosuficiente. En este sentido, los franciscanos instruyeron a los indios en la agricultura y la ganadería, enseñándoles, también, los principales oficios. Por su parte, las mujeres aprendieron a cocinar, tejer y coser. La jornada en la misión, dividida por el toque de las campanas, comenzaba después del alba, con la misa. A continuación, se desayunaba y cada cual acudía a su trabajo, los hombres en los campos y las mujeres con las tareas domésticas. A mediodía, luego del rezo del ángelus, se comía y, tras un descanso, se volvía al trabajo. A media tarde comenzaba el tiempo para la oración y la instrucción religiosa, después de lo cual se cenaba. Los días de fiesta, que eran más de cuarenta al año, no se trabajaba [6]. La enseñanza de la doctrina solía hacerse en español y en lengua nativa. Según un documento de 1801, los indígenas recibían una manta cada año; los hombres, unas calzas cada seis meses y una camisa cada siete meses; las mujeres, camisa y falda cada siete meses [7]. En 1820 había en la Alta California unos 20.500 neófitos (indios bautizados), 37 misioneros y 3.270 pobladores hispanos (blancos y mestizos) [8]. En las misiones más populosas llegaron a vivir hasta 2.000 neófitos.

La producción agrícola y ganadera de las misiones fue por regla general buena, lográndose con creces el objetivo del autoabastecimiento. Con el tiempo, los padres franciscanos lograron desarrollar el cultivo de la vid y la elaboración de vino. Por cierto, un excelente vino, en el caso de la bodega de San Diego, que mereció servirse en la mesa del monarca español Fernando VII [9].


Misión de San Carlos Borromeo (1771)

3. Relación de los misioneros con los indígenas.

La vida en las misiones en cierto modo se asemejaba a la de un internado religioso. Para gobernar cada una de aquellas pequeñas sociedades los frailes entendían que, en algunos casos, era necesario aplicar castigos físicos, una manera de proceder totalmente en sintonía con la mentalidad de aquellos tiempos. Así por ejemplo, mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio podía acarrear tres días de grilletes [10].

Aunque excepcionalmente hubo algún mal ejemplo, en general la mayor parte de los misioneros consumieron sus vidas entregándose con auténtica caridad cristiana a la tarea de cristianizar, cuidar y civilizar a los indígenas. La Péruse, un viajero francés que visitó California a finales del siglo XVIII, después de observar la labor que allí se realizaba, no pudo por menos que concluir con este comentario: «La piedad española ha sostenido hasta el presente y con un alto coste estas misiones y estos presidios con la única finalidad de convertir y civilizar a los indios de estas regiones. Sistema más digno de elogio que el de otros pueblos rapiñadores […] que cometen impunemente las más crueles atrocidades» [11].

Como ocurrió en otros lugares de la América española, el clero ‒en este caso los franciscanos‒ se erigió en firme defensor del indio, llegando en ocasiones a enfrentarse por esta causa con las autoridades coloniales. Después de la destrucción de la misión de San Diego, con el martirio del padre Luis Jaime (1775), la guarnición española emprendió medidas contra los culpables. El principal cabecilla, el indio Carlos, se refugio en la iglesia del fuerte de San Diego. Cuando, pese a las advertencias de los franciscanos, el comandante Rivera entró en el templo y lo prendió, fue condenado con la excomunión. Solamente se le absolvió al ser liberado el indio. Los padres entregaron más tarde al indio Carlos para que fuera juzgado y, mientras, fray Junípero trabajó para conseguir el indulto. En una carta dirigida al virrey, Serra escribía: «Una de las principales cosas que pedí al ilustrísimo Visitador General en el principio de estas conquistas fue que si los indios, fuesen gentiles, fuesen cristianos, me mataban, se les había de perdonar, y lo mismo pido a vuestra Excelencia […]». Respecto al asesinato del padre Luis Jaime, Serra añade: «Pero si ya le mataron, ¿qué vamos a buscar con campañas? Dirán que escarmentarlos, para que no maten a otros. Yo digo que para que no maten a otros, guardarlos mejor de lo que hiciste con el difunto, y al matador dejarle para que se salve, que es el fin de nuestra venida y el título que la justifica. Darle a entender, con algún moderado castigo, que se le perdona, en cumplimiento de nuestra ley, que nos manda perdonar injurias, y procúrese no su muerte sino su vida eterna» [12].


4. El final de las misiones y destino de los indígenas.

Las misiones no se pensaron como una forma de vida definitiva para los indígenas. El objetivo era evangelizar a los nativos e introducirlos en la civilización occidental. Sin embargo, los franciscanos de California siempre alegaron que los neófitos no estaban todavía preparados para integrarse en la sociedad.

Una nueva etapa se abrió en la Alta California cuando, en 1821, México proclamó su independencia de España. Desde ese momento fue creciendo sobre las misiones la amenaza de la secularización que, finalmente, llegó, aplicándose a los distintos establecimientos a largo de la década de 1830. 

Teóricamente, al menos una parte importante de los bienes de las misiones debían corresponder a los indios neófitos, pero en la práctica la secularización supuso despojar a los indios de aquellas propiedades, que pasaron a los colonos. Aquella injusticia venía favorecida por las circunstancias políticas y, entre otras razones, porque en aquel momento ya no mandaba la Monarquía Católica que, pese a sus errores, siempre procuró defender los derechos de los indígenas.

De todas formas, lo peor estaba por llegar. Después de un conflicto que supuso para los mexicanos la pérdida de Texas (1836), se declaró la guerra entre EE.UU. y México (1846-1848), imponiéndose los norteamericanos, que obtuvieron los territorios de Nuevo México, Arizona y Alta California. Casi al tiempo en que se produjo el cambio de soberanía estalló en California «la fiebre del oro», que atrajo a una ingente muchedumbre de inmigrantes, sobre todo de otras zonas de los Estados Unidos. En consecuencia, terminó por extenderse una persecución implacable, con crueles matanzas, que, junto a otros factores adversos derivados del nuevo contexto, redujo a mínimos el número de indios californianos. 

Al llegar a este punto ‒y aunque estamos en los límites de nuestro artículo‒ no podemos por menos que terminar recordando y subrayando las grandes diferencias que se dieron en América entre la colonización española y la anglosajona. Las diferencias incluyen, en particular, las distintas mentalidades y valoraciones que entraron en juego a la hora de relacionarse con los nativos. Aunque para poder conocer más justamente el tema tendríamos que tener presentes diferentes circunstancias históricas, creo que no es del todo aventurado concluir sobre esta cuestión resumiendo con el siguiente argumento: mientras, hoy día, en un buen número de países hispanoamericanos los porcentajes más altos de la población corresponden a descendientes de amerindios ‒mestizos o indígenas‒, en EE.UU. los que proceden de las poblaciones precolombinas no llegan al 1 % del total.

Santander, diciembre del 2016

Luis Somarriba


NOTAS:

[1] SOBREQUÉS CALLICÓ, Jaume, Orígenes hispanos de California, Editorial Base, Barcelona, 2010, págs. 63, 64.
[2] Ibid., pág. 140.
[3] BANCROFT, History of California I, págs. 199-206.
[4] PALOU, Francisco, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra, México, 1787, XLI, pág. 184.
[5] Ibid., págs. 277-281.
[6] Del relato del viajero francés La Pérouse. SOBREQUÉS CALLICÓ, J., op. cit., págs. 210-211.
[7] Documento redactado por el padre presidente de las misiones californianas en 1801.  Ibid., pág. 255.
[8] Ibid., págs. 269 y 273.
[9] Ibid., págs., 483-484.
[10] Ibid., pág. 256.
[11] Ibid., pág. 211.
[12] IRABURU, José María, Hechos de los apóstoles de América, Fundación Gratis Date, Pamplona, 1999, 2.ª parte, capítulo 13. Consultado el 15-IX-2010. Disponible en: www.gratisdate.org